El Rey del Gurugú es un monólogo de fuerte contenido social, un testimonio (en este caso, el de un perro) del drama de la inmigración, desgraciadamente tan de actualidad en nuestros días.

El Monte Gurugú (Marruecos) es un lugar de paso, la sala de espera del paraíso, en la que los inmigrantes subsaharianos viven en unas condiciones muy precarias y permanentemente amenazados por los brutales ataques de la policía marroquí. El Gurugú es un limbo, una tierra de frontera. También es, pero, un lugar en el que la solidaridad entre los inmigrantes es muy común: el motor que los anima a continuar resistiendo.

El planteamiento del proyecto va más allá que el de presentar un monólogo sino que pretende que el espectador viva una experiencia y que se sienta parte de la obra. Para ello, se creará un espacio escénico a tres bandas, desnudo en el que el público se sentará encima de mantas y cojines, entre plásticos y ramas. Todo para dar una sensación de lugar de paso, de precariedad, de frontera.

La idea es difuminar los límites entre realidad y ficción, que la obra empiece ya con la entrada del público en la sala, como si los espectadores fueran un grupo de inmigrantes recién llegados al Gurugú, a los cuales cuenta su historia.