Ana y Serafín; mis padres, llegan a Barcelona en el año 1962, huyendo de una Córdoba pobre y miserable. Llegan a Barcelona de noche, con una maleta y un colchón como única pertenencia. Viven realquilados varios años en una habitación y compartiendo cocina, a veces ni tan siquiera eso. Por fin consiguen comprar una barraca, en el Carmelo, sin agua corriente, con el techo de uralita. Allí sus cuatro hijos son felices…, delante de un descampado que el recuerdo convierte en un paraíso, ajenos a las ratas, la basura, la miseria del lugar y de una Barcelona postfranquista y gris. En el 76 por fin consiguen un piso, en la periferia de Barcelona, una ciudad dormitorio. En el barrio lucharán por colegios dignos, porque por el momento sólo hay barracones.
Una odisea hasta llegar al crespúsculo de una vida, deambulando con el fantasma de la soledad y de la precariedad, en un sistema que los considera al margen y les va diluyendo la dignidad de la vida que les queda sin mirarlos a la cara.
Somos lo que somos por todo lo que hicieron, ellos y tantas personas como ellos, estamos aquí a hombros de gigantes. ¿Qué dejamos cuando emigramos?, ¿qué somos? ¿Qué es la identidad en realidad?